PARTE 1
CAPÍTULO 1: EL DESAYUNO DE LOS CAMPEONES (Y DE LOS PATANES)
La tinta de los papeles de divorcio, que yo ya había redactado mentalmente mil veces, ni siquiera estaba seca cuando Marcos me miró con ese asco puro que se había vuelto su saludo matutino. Estábamos en nuestra cocina en Satélite, una casa bonita pero modesta para lo que él presumía ganar, y definitivamente una choza comparada con lo que yo realmente tenía.
—Mírate —dijo con desdén, ajustándose esa corbata de seda de 5,000 pesos frente al espejo del microondas—. Eres un ancla, Valentina. Un peso muerto.
Yo estaba ahí, parada junto a la isla de granito, con mis pants grises favoritos (esos que ya tienen bolitas en la tela) y una camiseta talla extra grande que ocultaba las curvas que me quedaron después de tener a nuestra hija, Lily, hace dos años. Tenía el pelo en un chongo mal hecho y las ojeras me llegaban al suelo.
—Te escuché, Marcos —dije suavemente. Mi voz sonaba rasposa. No había dormido nada. Estuve hasta las 4:00 a.m. en una videollamada con mi equipo legal en Zúrich revisando las cláusulas de fusión.
—Estoy a punto de cerrar el trato de la década en NovaTec —siguió él, ignorándome, mientras se servía café—. Y tú estás aquí sentada comiendo Zucaritas. Eres gorda, eres floja y, francamente, me das vergüenza.
Esas palabras… “Vergüenza”. Marcos pensaba que era el rey de la selva financiera en la Ciudad de México. No tenía ni la más remota idea de que el “trato de la década” era una adquisición hostil por parte de Grupo Vanguardia. Y mucho menos sabía que la misteriosa CEO de Vanguardia, esa mujer a la que la revista Forbes llamaba “El Fantasma” porque nadie la veía en público, era la misma mujer a la que él acababa de llamar inútil.
El cheque por 840 millones de dólares (una cifra que él ni siquiera podía imaginar en pesos) estaba virtualmente en mi laptop, escondida a dos metros de donde él mordía su manzana con rabia.
—Necesito el traje gris de la tintorería para mañana —ladró. —Tengo cosas que hacer hoy, Marcos —respondí tranquila, dando un sorbo a mi café frío—. Lily tiene pediatra y tengo que revisar las finanzas de la casa.
Marcos soltó una carcajada seca, como un ladrido. —¿Finanzas de la casa? ¿Te refieres a gastarte mi dinero? Seamos realistas, Val. No has aportado un solo peso a esta familia en tres años. Yo soy el que se mata subiendo la escalera corporativa. Rumores dicen que Vanguardia finalmente manda a un representante hoy. Si logro esta venta, voy por la Vicepresidencia. Hablamos de millones, mujer. ¿Entiendes lo que significa eso?.
—Sería maravilloso para ti, Marcos —dije con tono neutral. —¿Para mí? Sí, lo sería. Tal vez así pueda pagar una niñera que sí se vea presentable en lugar de… esto —hizo un gesto vago hacia mi cuerpo—. Solías ser impresionante cuando te conocí en la universidad. Ahora solo eres… pesada. Inútil y pesada.
Años atrás, eso me habría roto. Hoy, solo miré el reloj. 8:00 a.m. —Ten cuidado, Marcos. Nunca sabes quién te está mirando o quién firma realmente tus cheques.
—Estás loca —murmuró, revisando su Rolex (un regalo que yo le compré anónimamente y que él cree que fue un bono corporativo).— Me voy. No me esperes. Celebraré con el equipo de verdad.
Azotó la puerta y la casa tembló. Escuché su Porsche rugir. En cuanto se hizo el silencio, mi postura cambió.
CAPÍTULO 2: LA TRANSFORMACIÓN DE LA “AMITA DE CASA”
Esperé diez segundos exactos. El sonido del motor se desvaneció hacia Periférico. En ese instante, la mujer encorvada y triste desapareció.
Caminé hacia la alacena, moví la caja de cereal y presioné mi pulgar en el escáner biométrico oculto. El panel se abrió revelando mi verdadera vida: una laptop de grado militar y un teléfono encriptado.
Marqué a Julián. —Estado —ordené. Mi voz ya no era sumisa. Era hielo puro. —Julián aquí —respondió mi mano derecha y COO—. La junta directiva de NovaTec está reunida. Esperan a un proxy. Los papeles de la adquisición por 840 millones están listos. ¿Y la cláusula que pidió? —¿La 14B?. —Sí, señora. La cláusula de “Liderazgo Ético”. Le da a Vanguardia discreción total para despedir ejecutivos sin liquidación si fallan la evaluación moral. —Perfecto.
Teclee mi contraseña y vi el mercado de valores en tiempo real. Las acciones de Vanguardia habían subido un 4%. Mi patrimonio neto había aumentado 12 millones de dólares mientras Marcos me gritaba por una tintorería.
—Marcos cree que soy una inútil —le dije a Julián—. Creo que necesito jugar el papel un poco más. Quiero ver su cara cuando se dé cuenta de que le está vendiendo su “gran estrategia” a la mujer que llamó vergüenza.
—Lleva una invitada a la junta, por cierto —dijo Julián, bajando el tono—. Yessica Thorne, su asistente. Y el equipo de vigilancia captó audio de su coche. No va a celebrar con el equipo. Tiene reservación en Le Bernardin para dos. A nombre de “Futuro Vicepresidente”.
Sentí un frío en el estómago. Sabía que era arrogante y verbalmente abusivo, pero guardaba una mínima esperanza de que fuera fiel. —Confirma la reservación —dije en un susurro—. Y prepara el coche. —¿La minivan? —No. Manda el Maybach. Pero estaciónalo a tres cuadras. Voy a hacer una aparición en NovaTec. —¿Como la esposa o como la CEO? —Como ninguna. Voy como su karma.
Subí las escaleras, pasé de largo los pants aguados y empujé la pared falsa de mi clóset. Ahí estaban mis trajes: lana italiana, cortes a medida, tacones de suela roja. Elegí un traje azul marino de poder. Me solté el cabello. Me maquillé para matar.
Marcos quería una esposa trofeo. Iba a descubrir que estaba casado con la cazadora.
PARTE 2
CAPÍTULO 3: EL REY DE LA OFICINA Y LA PRINCESA DE PLÁSTICO
Mientras tanto, en las oficinas de NovaTec en Santa Fe, Marcos caminaba por el lobby como si fuera dueño del edificio. Las puertas de cristal se abrían a su paso. —Buenos días, Licenciado Serrano —canturreó la recepcionista. —Que no me pasen llamadas, Brenda —dijo sin mirarla.
En el elevador, Yessica ya lo esperaba. Rubia, 24 años, falda corta que desafiaba las normas de RH. —Hola, Tigre —ronroneó ella, arreglándole la corbata—. ¿Listo para aplastar esto? —Nací listo, bebé —Marcos sonrió, poniendo su mano en la cintura de ella—. Una vez que cierre con Vanguardia, soy intocable. La comisión será millonaria. Pensaba que podíamos ver ese depa en Miami el fin de semana. —¿Y qué vas a hacer con… ella? —preguntó Yessica, haciéndose la inocente. —Ay, Valentina… —Marcos rodó los ojos—. La dejé llorando en la cocina. Es peso muerto, Yess. En cuanto el cheque pase y firme mi ascenso, le pido el divorcio. Solo necesito asegurar los activos primero. Es demasiado estúpida para entender un acuerdo prenupcial de todos modos.
Yessica soltó una risita. —Eres malo. —Soy realista. Supervivencia del más apto. Y ahorita, yo soy el depredador alfa.
El elevador se abrió en el piso ejecutivo. Marcos entró a la sala de juntas flanqueado por Yessica. Estaba listo para vender NovaTec y llevarse todo el crédito. Pero algo estaba mal. La silla principal, la reservada para el CEO de Vanguardia, estaba vacía.
—¿Dónde están? —preguntó Marcos al Sr. Henderson, el presidente de la junta. —Cambio de planes —dijo Henderson sudando—. El CEO de Vanguardia viene personalmente. —¿El fantasma? —Marcos alzó una ceja—. ¿Nadie lo ha visto nunca y viene hoy? —Pórtate bien, Marcos. Si arruinas esto, te vetan de la industria. —Relájate, Henderson. Puedo encantar a una serpiente. Quien sea este CEO, va a comer de la palma de mi mano.
En ese momento, las puertas dobles se abrieron de golpe.
CAPÍTULO 4: LA ENTRADA TRIUNFAL
El sonido de unos tacones golpeando el mármol resonó con un ritmo mortal. Clic, clic, clic. Todo el mundo volteó.
Entró una mujer con un traje azul marino que gritaba dinero. Cabello perfecto, maquillaje impecable, irradiando un poder que hacía que el aire se sintiera denso. Caminó directo a la cabecera de la mesa, tiró una carpeta de piel con un golpe seco y se giró lentamente.
Se quitó los lentes de sol. Marcos sintió que el corazón se le detenía. Esos ojos verdes.
—Caballeros —dije con voz suave y peligrosa—. Disculpen la demora. Tuve que sacar la basura antes de salir de casa.
Miré directo a Marcos. —¿Comenzamos?
El silencio era absoluto. Marcos estaba congelado, su cerebro intentaba procesar dos imágenes contradictorias: la Valentina en pants y oliendo a café viejo de hace dos horas, y esta diosa corporativa sentada a tres metros de él.
—¿Valentina? —susurró. Sonó patético. —Sr. Serrano, veo que conoce a la Sra. Torres —dijo Henderson confundido. —Sra. Torres —repitió él. —El Sr. Serrano y yo tenemos… un conocido en común —dije fríamente—. Pero en esta sala, Sr. Henderson, no soy Valentina. Soy la CEO de Grupo Vanguardia. Y el tiempo es dinero. Específicamente, mi dinero.
Señalé la pantalla. —Tiene 30 minutos para convencerme de no disolver su departamento y despedirlos a todos. Proceda.
Marcos estaba sudando frío. Pensó que era una broma, una actriz, una gemela malvada. “No puede ser mi esposa, la que no sabe usar el termostato”, pensaba. Pero el instinto de supervivencia (y su ego) lo hicieron reaccionar.
—Disculpen —dijo con una sonrisa temblorosa—. El parecido con una pariente me desconcertó. Hablemos de números. Empezó su presentación. Gráficas subiendo. —Como ven, mi estrategia es agresiva. Cortamos el peso muerto —me miró involuntariamente— y nos enfocamos en activos de alto rendimiento. Propongo despedir al 20% del personal de ventas para ahorrar 3 millones al año.
Me incliné hacia adelante. —¿Propone despedir a 40 familias para ahorrar 3 millones? —La eficiencia es clave, Sra. Torres. —Interesante —abrí mi carpeta—. Porque según mi auditoría, su “estrategia agresiva” le costó a la empresa cinco clientes mayores el mes pasado. Infló las proyecciones con tratos que no se han cerrado.
El cuarto se heló. —Y hablando de peso muerto —continué—, hablemos de sus gastos. El mes pasado: 45,000 pesos en el Club Sapphire, 20,000 en una cena en el Nobu un viernes sin clientes listados, y cargos de spa. Yessica, tomando notas en la esquina, dejó de escribir y se puso roja.
—Eso es networking —dijo Marcos, aflojándose el cuello de la camisa—. Hay que gastar dinero para ganar dinero. —Está gastando dinero de la empresa para alimentar su ego —corregí, alzando la voz lo suficiente para dominar la sala—. Llama a su esposa inútil porque no trae cheque, pero usted trata los fondos de esta empresa como su alcancía personal. Dígame, Sr. Serrano, si compro esta compañía hoy, ¿por qué no debería ser lo primero que haga despedirlo por malversación de fondos?.
CAPÍTULO 5: RECESO EN EL INFIERNO
—¡Puedo explicarlo! —suplicó Marcos. —Explíqueselo a los auditores —dije, mirando mi reloj Patek Philippe (que valía más que su bono anual)—. Receso de 15 minutos. Cuando vuelva, quiero escuchar a alguien que sí sepa leer un estado de resultados. Sr. Henderson, pónganse las pilas o me voy.
Salí de la sala. Marcos se quedó ahí, con la luz del proyector en el pecho como un blanco de tiro. Salió corriendo tras de mí, pero jaló a Yessica a un pasillo lateral.
—¿Tú sabías? —le siseó a su amante. —¿Saber qué? ¡Me lastimas! —¡Que la CEO es mi esposa! —Estás loco. Me enseñaste una foto de tu esposa, la gorda en pants. Esa mujer es una diosa. Trae un blazer Versace de edición limitada. No es la misma. —¡Es ella! Los ojos, la voz, la forma en que me mira como si fuera chicle en su zapato. Pero se supone que está quebrada. ¡Recorta cupones para la leche!. —Pues quien sea, te acaba de acusar de robo frente a todos. Y mencionó el spa. Si ven mi nombre en esos recibos, estoy frita yo también. —Relájate. Puedo arreglarlo. Si es Valentina, ella me ama. Está obsesionada conmigo. Esto es un grito de atención desesperado. Voy a recordarle quién lleva los pantalones.
Marcos se fue a buscarme. Yessica, temblando, entró al baño de mujeres para retocarse el labial. Y ahí estaba yo, lavándome las manos con calma.
Yessica se congeló. Se paró junto a mí en el espejo. —Buen show allá adentro —dijo, tratando de sonar valiente. —Yo no hago shows, señorita Thorne. Hago negocios. —Marcos dice que su esposa es… simple. Una carga. Que planea dejarla en cuanto le den el bono para irnos a Miami.
Solté una risa suave que rebotó en los azulejos. —¿Miami? Qué cliché. Me acerqué a ella. Yo no traía tacones de 15 cm, pero mi presencia la hizo encogerse. —Un consejo de mujer a mujer, Yessica. Crees que te estás robando un premio. Pero te estás robando una deuda. Marcos es un barco hundiéndose. Debe el coche, la casa está a mi nombre y ese bono depende de mi firma. —Mientes. —Checa su buró de crédito, querida. Y luego checa el mío. Ah, y actualiza tu CV. Tengo cero tolerancia con empleados que ayudan a falsificar gastos.
Salí del baño dejándola temblando. En el pasillo, Marcos me acorraló.
CAPÍTULO 6: LA CONFRONTACIÓN EN EL PASILLO
—¡Deja de actuar! —gruñó Marcos, bloqueándome el paso cerca de los elevadores—. No sé quién te crees que eres humillándome. —Baja la voz. Estás hablándole a la dueña del edificio. —¡Le hablo a mi esposa! ¿Te sacaste la lotería? ¿Se murió tu papá y no me dijiste? —Yo construí esto, Marcos —susurré letalmente—. Mientras tú te ibas de borrachera con clientes, yo programaba. Mientras dormías los domingos, yo analizaba mercados. Mientras me llamabas gorda, yo construía un imperio. No te dije nada porque quería saber si me amabas a mí o a mi dinero.
La cara de Marcos cambió. La ira se volvió codicia. —¿Entonces… somos ricos? —sonrió con esa sonrisa de tiburón—. Valentina, mi amor, ¿por qué no dijiste? Podemos comprar esa villa en la Toscana. Puedo renunciar a este trabajo estúpido y nosotros… Intentó abrazarme. Di un paso atrás con asco. —¿Nosotros? No hay nosotros. Lo dejaste claro cuando me dijiste “ancla” esta mañana. —Estaba estresado, amor. Ya sabes cómo me pongo. Piensa en Lily. —Estoy pensando en Lily. Por eso no voy a dejar que crezca viendo normal que un hombre trate a una mujer como basura.
Saqué mi teléfono. —La junta va a empezar. Tengo una última diapositiva. Cláusula 14B. —¿Qué es eso? —Significa que Vanguardia solo retiene empleados con moral alta. Y tengo una grabación del elevador de esta mañana. Algo sobre “peso muerto” y “asegurar los activos antes de botarla”. Marcos se puso blanco. —No lo harías. —Te veo en la sala de juntas, Sr. Serrano. No llegues tarde. Odio esperar.
CAPÍTULO 7: LA EJECUCIÓN (CLÁUSULA 14B)
La sala de juntas olía a miedo. Marcos entró como un hombre caminando al patíbulo. Yessica ni lo volteó a ver. —Bienvenidos de nuevo —dije, poniendo mi celular boca abajo sobre la mesa. Sonó como un disparo—. Sr. Serrano, antes del receso sugería cortar personal. He seguido su consejo. Marcos se infló un poco. “Está blofeando”, pensó. “Me necesita”. —Me alegra escuchar eso —dijo él, recuperando su tono aceitoso—. Es lo lógico. —De hecho —interrumpí—, mi equipo corrió una simulación. El mayor drenaje de recursos no está abajo. Está arriba.
Señalé con el láser la casilla de “Vicepresidente de Ventas”. —Vuelos privados, hoteles de cinco estrellas, demandas de acoso sexual “arregladas” para salvar su reputación. —Fueron malentendidos —dijo Marcos, pálido. —Caballeros, página 42. Cláusula 14B. Terminación inmediata sin liquidación por conducta no ética. —Eso es estándar, todo contrato lo tiene —se burló Marcos nerviosamente. —Sí, pero usualmente no tenemos evidencia antes de firmar. Julián…
Julián tocó su tablet. La voz de Marcos llenó la sala, clara y nítida:
“La dejé llorando en la cocina. Es peso muerto… una vez que el cheque pase, le pido el divorcio… es demasiado estúpida…”.
El silencio fue ensordecedor. Henderson parecía que iba a vomitar. —¡Esto es ilegal! —gritó Marcos—. ¡Es una conversación privada! —Elevador de la empresa. Cámaras de seguridad. Consentiste al entrar —dije—. Me llamaste estúpida. Planeabas robar mis activos. ¿Eso suena a liderazgo ético? —¡Es personal! —gritó él—. ¡Es una mujer despechada! ¡No pueden dejar que hunda el trato por un pleito marital! ¡Soy el mejor activo de esta empresa! —Eres un pasivo, Marcos —dije—. Compro la empresa hoy por 840 millones. Todos aquí se harán ricos. Excepto él. La condición es la activación inmediata de la Cláusula 14B. Marcos Serrano queda despedido por causa justificada. Si él se queda, yo me voy y anuncio públicamente que NovaTec tolera el fraude.
Henderson no dudó ni un segundo. —Marcos, recoge tus cosas. —¡No pueden hacerme esto! —Marcos golpeó la mesa—. ¡Yo construí esto! ¡Ella es una ama de casa! —Y tú eres un desempleado —dije—. Yessica, ¿tienes algo que agregar? Marcos miró a su amante. —Yess, diles. Diles lo que valemos. Yessica se levantó. Vio el barco hundiéndose y saltó. —Sr. Henderson, tengo los correos donde el Sr. Serrano me obligó a falsificar los reportes de gastos. Me amenazó con despedirme. —¡Maldita traidora! —Marcos se lanzó sobre ella.
—¡Seguridad! —grité. Dos guardias lo sometieron. Me acerqué a él, inmovilizado y humillado. —Me dijiste inútil. Pero mírame, Marcos. Estoy cerrando el trato de la década. ¿Y tú? Lo perdiste todo. Sáquenlo de mi edificio.
CAPÍTULO 8: LA CAÍDA DEL REY Y LA HAMBURGUESA SIN PEPINILLOS
Firmé el contrato. Despedí a Yessica también (la traición es un hábito, y no contrato gente con malos hábitos) dándole solo dos semanas de liquidación por su “honestidad”.
Mientras tanto, afuera, bajo la lluvia de la CDMX, Marcos veía cómo una grúa se llevaba su Porsche. —¡Oigan! ¡Es mi coche! —Orden de embargo —dijo el de la grúa—. El aval canceló el respaldo. Estás insolvente, amigo.
Marcos tuvo que tomar un taxi a casa. Al llegar a Satélite, su llave no abrió. Un actuario lo esperaba. —La casa es propiedad del Fideicomiso Lily, gestionado por Vanguardia. Usted era ocupante permitido. Permiso revocado. Aquí están sus cosas y la demanda de divorcio. —¿Dónde está mi hija? —La Sra. Torres y su hija están en su residencia principal. El Penthouse en Reforma. Esta casa era solo… una prueba.
Un año después.
El olor a grasa barata inundaba el local de “Hamburguesas El Tío”. —¡Orden 42! ¡Doble con queso sin pepinillos! Marcos se secó el sudor con la manga de un uniforme de poliéster que le quedaba chico. Tenía ojeras profundas. —Le dije sin pepinillos, imbécil —le gritó un adolescente fresa. —Perdón, joven. Ahorita se la cambio —murmuró Marcos.
En la pantalla del local, pasaban las noticias financieras. Apareció mi foto en la portada de Expansión. “La Titán de la Tecnología: Valentina Torres”. El conductor decía: “Las acciones de Vanguardia en máximos históricos”.
—¡Hey, Serrano! —gritó el gerente—. Deja de soñar despierto y limpia la freidora. —Sí, jefe —dijo Marcos, bajando la cabeza.
Miró la pantalla una última vez. La mujer “inútil” ahora era dueña del mundo. Y él, que se creía el rey, descubrió que solo era el bufón que perdió su corona por abrir la boca de más.
PARTE 3: EL DERRUMBE DEL FALSO REY
CAPÍTULO 9: EL TAXI DE LA VERGÜENZA Y EL SHOW EN SATÉLITE
Dos horas después de haber sido sacado a rastras de su propio edificio, Marcos Serrano vivía una experiencia que no había sentido en una década: la humillación del transporte público precario.
Sin su Porsche Macan (que ya estaba siendo remolcado por el banco) , tuvo que subirse a un taxi amarillo de los viejos, de esos que huelen a cigarro rancio y tienen el asiento trasero hundido. El conductor, un señor que escuchaba cumbias a todo volumen, lo miraba por el retrovisor con desconfianza. Marcos, con su traje italiano de 50 mil pesos ahora empapado por la lluvia y arrugado por el forcejeo con los guardias, parecía un loco o un borracho de alto presupuesto.
Intentó pagar con tarjeta. “No pasa, jefe”, le dijo el taxista después del segundo intento. “Fondos insuficientes”..
Marcos sintió que la cara le ardía. Tuvo que rebuscar en sus bolsillos y sacar un billete arrugado de 200 pesos que tenía de milagro. El taxista se lo arrancó de la mano y lo dejó en la banqueta de su casa en Satélite, ni siquiera esperó a que cerrara bien la puerta antes de arrancar.
Marcos caminó hacia la entrada. Lo único que quería era una ducha caliente, un vaso de whisky Blue Label y gritar. Quería gritarle a Valentina hasta que ella se disculpara por “esta broma pesada”. Porque eso tenía que ser. Una broma.
Metió la llave en la cerradura de la puerta principal. No giró..
La empujó. Nada. La sacó, la limpió en su saco y volvió a intentar. La chapa estaba muerta.
—¡Abre la maldita puerta! —gritó, golpeando la madera fina con el puño—. ¡Valentina! ¡Sé que estás ahí! ¡Deja de jugar!.
—Ella no está, joven —dijo una voz grave a sus espaldas..
Marcos giró sobre sus talones. No era Valentina. Tampoco era Julián. Era un hombre robusto, con un traje negro barato y una carpeta manila en la mano. Un actuario. O peor, un cobrador profesional.
—¿Quién es usted? —exigió Marcos, intentando recuperar esa postura de “Licenciado prepotente” que tanto le había servido antes—. Lárguese de mi propiedad..
El hombre ni se inmutó. Le extendió el sobre. —No es su propiedad, Sr. Serrano. Nunca lo fue..
—Yo pagué la hipoteca de esta casa por tres años —mintió Marcos, gritando para que los vecinos, que ya se asomaban por las cortinas, lo escucharan—. ¡Mi nombre está en las escrituras!.
El hombre sonrió, una sonrisa de quien ha visto a mil hombres como Marcos caer. —De hecho, si revisa el Registro Público, la casa pertenece al “Fideicomiso Lily”, una sociedad controlada por Grupo Vanguardia. Usted estaba listado únicamente como “ocupante permitido”. Y a partir de las 11:00 a.m. de hoy, ese permiso ha sido revocado..
Marcos sintió que el suelo se abría. Rompió el sobre con desesperación. Adentro no había una carta de disculpa. Había una orden de restricción, la demanda de divorcio y un aviso de desalojo inmediato..
CAPÍTULO 10: VECINOS CHISMOSOS Y CAJAS DE CARTÓN
—¡Esto es ilegal! —susurró, con las manos temblando—. ¡Yo vivo aquí! ¡Mi ropa! ¡Mi colección de relojes!.
—Sus efectos personales básicos han sido empacados y trasladados a una bodega en la carretera a Querétaro —dijo el hombre, señalando una pequeña llave pegada a los papeles—. Puede pasar por ellos cuando quiera..
—¿Y mis relojes? —preguntó Marcos, con la voz quebrada. Esos relojes eran su plan B, su fondo de retiro.
—Ah, los artículos de lujo adquiridos con la tarjeta corporativa de NovaTec… esos han sido incautados como evidencia para la auditoría forense..
—¿Evidencia?
—Para el juicio por malversación, Sr. Serrano. La Sra. Torres está presentando cargos por robo, fraude y falsificación de documentos. La lista es larga..
Marcos miró hacia la casa de al lado. Doña Lucha, la vecina que siempre lo saludaba con una sonrisa coqueta, estaba parada en su portón observando todo el espectáculo con los brazos cruzados y una mirada de juicio absoluto. Ya no había respeto en sus ojos, solo la morbosa satisfacción de ver caer al vecino presumido.
—Si yo fuera usted —continuó el actuario—, no me preocuparía por dónde va a dormir, sino por conseguir un abogado que acepte casos pro bono, porque todas sus cuentas conjuntas están congeladas..
La lluvia comenzó a caer de nuevo, esa lluvia fría y gris típica de la ciudad. Marcos se quedó ahí, en la banqueta, mojándose por segunda vez en el día.
—¿Dónde están? —preguntó, ya sin fuerzas—. ¿Dónde está mi hija?.
—La Sra. Torres y la niña van rumbo a su residencia principal —dijo el hombre mirando su reloj..
—Esta ES nuestra residencia principal —insistió Marcos, aferrándose a su última mentira.
—Oh, no, Sr. Serrano —el hombre soltó una risita lastimera—. Esta casa… esta casa de cuatro recámaras en los suburbios era solo el “laboratorio”. El lugar que ella mantenía para ver si usted podía ser un esposo decente y humilde. La Sra. Torres vive en el Penthouse del Four Seasons en Reforma. Ella ya se fue a casa. Usted… usted se quedó afuera..
El hombre subió a su auto y se fue. Marcos se quedó solo. Sacó su celular, la pantalla mojada por la lluvia. Marcó el número de Yessica. Ella era su cómplice, ella tenía que ayudarlo.
“El número que usted marcó no está disponible o ha sido desconectado”..
Lo intentó de nuevo. Nada. Yessica, la mujer que juraba amarlo en el elevador hace tres horas, ya había saltado del barco. Seguramente ya estaba borrando sus fotos juntos de Instagram y buscando a la siguiente víctima en LinkedIn.
PARTE 4: LA SOLEDAD DEL PERDEDOR
CAPÍTULO 11: LA TRAICIÓN DE LA “HERMANDAD”
Marcos pasó esa noche en un hotel de paso cerca de Tlalnepantla. Fue lo único que pudo pagar con el poco efectivo que le quedaba. La habitación olía a humedad y la sábana tenía quemaduras de cigarro.
Acostado en ese colchón duro, mirando las manchas en el techo, intentó activar su red de seguridad. Marcos siempre se jactaba de tener “contactos”.
Llamó a Roberto, su compañero de golf. —¿Bueno? —Beto, soy Marcos. Oye, tengo un tema con el banco, un malentendido ridículo con Valentina. Necesito que me prestes unos 50 mil para moverme esta semana mientras se aclara todo. —Híjole, Marcos… —la voz de Roberto cambió, se volvió fría—. Mira, la verdad es que ya vimos las noticias. —¿Qué noticias? —Salió un comunicado de Vanguardia. Están yendo con todo contra la corrupción interna. Nombraron a los ejecutivos despedidos. Nadie quiere verse involucrado contigo ahorita, mano. Es “radioactivo”. Mejor no me vuelvas a llamar.
Colgó.
Marcos intentó con Luis, con Jorge, con el “Team Alpha” del gimnasio. Todos lo bloquearon. En el mundo de las apariencias donde Marcos vivía, la lealtad dura lo que dura la tarjeta de crédito Platinum. Sin dinero y con una demanda de fraude encima, Marcos Serrano no era nadie. Era un leproso social..
Al día siguiente, intentó vender su ropa de marca en una tienda de segunda mano de lujo en Polanco. —Te doy 2,000 pesos por todo —dijo el encargado, mirando los trajes con desdén. —¡Son Zegna! ¡Valen 40 mil cada uno! —Están manchados, huelen a humedad y… honestamente, tienen mala vibra. Tómalo o déjalo.
Marcos tomó los 2,000 pesos. Le sirvieron para comer una semana y pagar un cuarto de azotea en una colonia popular, lejos, muy lejos de los lujos de Santa Fe.
CAPÍTULO 12: JUSTICIA POÉTICA (LA ORDEN 42)
Pasaron seis meses. La demanda de divorcio procedió sin que él pudiera defenderse adecuadamente. Perdió la custodia, perdió los bienes, perdió la dignidad. Su nombre estaba en listas negras de todas las empresas de reclutamiento. Nadie contrata a un director de ventas acusado de robarle a su propia esposa.
Para sobrevivir, Marcos tuvo que aceptar lo único que había disponible.
El olor a grasa quemada se le impregnaba en la piel. El uniforme de poliéster naranja le apretaba en la barriga y el gorrito de papel le picaba en la frente..
—¡Orden 42! ¡Doble con queso sin pepinillos! —gritó Marcos, secándose el sudor con la manga..
Un grupo de adolescentes fresas, vestidos como él solía vestirse para ir al club los domingos, se acercó al mostrador. —Dije sin pepinillos, anciano. ¿Qué, no sabes leer? —le gritó uno de ellos, riéndose con sus amigos..
Marcos bajó la mirada. Sintió la bilis subir por su garganta. Hace un año, él hubiera hecho que despidieran a este chico del trabajo de su papá con una sola llamada. —Perdón, joven. Ahorita se la cambio —murmuró..
Tomó la bandeja de plástico y empezó a raspar los pepinillos con un tenedor desechable. Sus manos, que antes solo tocaban volantes de piel y copas de cristal, ahora estaban quemadas por el aceite y resecas por el jabón barato.
—¡Güey, checa la tele! —gritó otro de los chicos..
Marcos levantó la vista hacia la pantalla plana montada en la esquina del local. Estaban pasando un segmento de finanzas en el noticiero.
“Y en noticias nacionales, las acciones de Grupo Vanguardia alcanzaron hoy un máximo histórico tras el anuncio de su nueva iniciativa filantrópica para madres solteras” —decía la conductora—. “La CEO, Valentina Torres, fue citada diciendo: ‘El éxito es la mejor venganza, pero la felicidad es el verdadero éxito'”..
La cámara hizo un zoom a la cara de Valentina. Se veía radiante. Llevaba un traje blanco impecable, el cabello suelto cayendo en ondas perfectas sobre sus hombros. Tenía a Lily en brazos. Su hija. La niña que Marcos ya no veía..
Valentina sonrió a la cámara y luego soltó una carcajada genuina. Marcos conocía esa risa. Solía ser la banda sonora de sus mañanas, antes de que él decidiera que ella no era suficiente. Antes de que él decidiera que una mujer leal y amorosa era un “peso muerto”.
—¡Oye, Serrano! —el grito del gerente lo sacó de su trance—. ¡Deja de soñar despierto! La freidora está pitando. ¡Muévete!.
Marcos dio un respingo. Miró la pantalla una última vez, viendo cómo su exesposa conquistaba el mundo mientras él limpiaba mesas. —Sí, jefe. Ya voy —susurró..
Regresó a la freidora, sintiendo el calor golpearle la cara. Marcos Serrano aprendió, de la manera más dura posible, que nunca debes juzgar un libro por su portada. Especialmente cuando ese libro tiene las escrituras de tu casa, las llaves de tu auto y el control de tu destino.
Él creyó que era el rey del castillo, pero solo era el bufón que olvidó a quién pertenecía el trono..
FIN
LA SOMBRA DE LA AMANTE: CRÓNICA DE UNA AMBICIÓN ROTA
CAPÍTULO EXTRA 1: EL ESPEJO DE LA VANIDAD
Para Yessica Thorne, el martes 14 de octubre no era simplemente un martes. Era “El Día”.
Se despertó a las 5:30 a.m. en su departamento rentado en la colonia Del Valle. No era el penthouse en Polanco que soñaba, pero era un paso. Mientras se aplicaba el suero de ácido hialurónico (que costaba la mitad de su quincena), repasaba mentalmente el plan.
Marcos le había prometido que, una vez que Vanguardia soltara el cheque, ellos serían libres. Miami. Un condominio en Brickell. Yessica ya había visto las fotos en Zillow. Se imaginaba a sí misma en el balcón, con una copa de mimosas, riéndose de las “Godínez” que se quedaban atrás en el tráfico de la Ciudad de México.
Se miró al espejo de cuerpo entero. Eligió la falda lápiz color crema y la blusa de seda escarlata. Sabía que estaba al límite del código de vestimenta de NovaTec, pero ese era el punto. Yessica no se vestía para el trabajo; se vestía para la guerra. Su arma no era la eficiencia ni el conocimiento del mercado, aunque no era tonta; su arma era la juventud y la capacidad de hacer que un hombre de 35 años en crisis de la mediana edad se sintiera como un conquistador.
—Hoy te vuelves rica, Yess —se dijo a sí misma mientras se delineaba los labios con ese rojo vibrante que sabía que volvía loco a Marcos—. Y la gorda… bueno, la gorda se queda con la casa vieja.
Abrió su laptop personal antes de salir. Tenía una carpeta oculta llamada “Fotos Vacaciones”. Pero no había fotos de playa. Había capturas de pantalla. Correos. Recibos.
Yessica era ambiciosa, pero no era ingenua. Sabía que los hombres que engañan a sus esposas también engañan a sus amantes. Si Marcos intentaba dejarla fuera del trato de Miami, ella tenía un seguro de vida: la evidencia de los fraudes. “Amor con amor se paga”, pensó con una sonrisa cínica, “pero el silencio se paga con transferencias bancarias”.
Cerró la laptop, tomó su bolso de diseñador (una réplica de alta calidad, porque el sueldo de asistente no daba para el original todavía) y salió a conquistar el mundo.
CAPÍTULO EXTRA 2: SUSURROS EN EL PASILLO
Al llegar a NovaTec, el ambiente estaba cargado. Los rumores de la venta a Vanguardia tenían a todos nerviosos. Brenda, la recepcionista, la miró con esa mezcla de envidia y desaprobación que Yessica disfrutaba.
—Buenos días, Brenda —dijo Yessica sin detenerse, con el taconeo de sus zapatos resonando como disparos. —El Licenciado Serrano ya llegó —murmuró Brenda sin levantar la vista—. Y viene… intenso.
Yessica sonrió. “Intenso” significaba dinero.
Se encontró con Marcos en el elevador. La escena fue eléctrica, llena de promesas vacías y toqueteos inapropiados bajo el ojo vigilante de la cámara de seguridad. Cuando Marcos habló de su esposa, Yessica sintió una punzada de triunfo. “La dejé llorando… es un ancla”.
En la mente de Yessica, Valentina (o “Thor”, como Marcos la llamaba burlonamente) era una mujer gris. Una señora en pants manchados de cloro, con el cabello sucio y olor a cebolla. Yessica se sentía superior en cada fibra de su ser. Ella olía a Chanel, su cabello era un baño de oro líquido, su cuerpo era de gimnasio y dietas keto. ¿Cómo podía competir esa tal Valentina?
Pero había algo que Yessica no sabía. Algo que notó al entrar a la Sala de Juntas A.
El Sr. Henderson, el presidente de la junta, estaba temblando. Yessica había visto a Henderson manejar crisis de millones de dólares sin sudar, pero hoy… hoy se limpiaba la frente con un pañuelo cada treinta segundos.
—¿Pasa algo, Sr. Henderson? —preguntó ella mientras acomodaba las botellas de agua Evian. —Es el CEO de Vanguardia —susurró Henderson, como si las paredes oyeran—. Viene en persona. Y dicen… dicen que no perdona errores. —Marcos lo tiene bajo control —aseguró Yessica. —Eso espero, niña. Porque si auditan los gastos de “representación”, todos vamos a la cárcel.
Yessica sintió el primer golpe de miedo real. Miró a Marcos, que practicaba su sonrisa frente al reflejo de la ventana. Se veía confiado, arrogante. Pero por primera vez, Yessica vio algo más: se veía frágil.
CAPÍTULO EXTRA 3: EL OLOR DEL MIEDO
Cuando las puertas se abrieron y entró Valentina Torres, el mundo de Yessica se detuvo.
No fue solo la ropa. Sí, el traje era de una sastrería italiana que Yessica solo había visto en revistas Vogue. Sí, los zapatos tenían esa suela roja inconfundible. Pero fue la energía.
Valentina entró y el oxígeno de la habitación pareció ser absorbido por sus pulmones. No caminaba; flotaba con un peso gravitacional. Cuando se quitó los lentes de sol y miró a Marcos, Yessica vio a un depredador mirando a una presa herida.
“No puede ser ella”, pensó Yessica frenéticamente. “Marcos dijo que era gorda. Dijo que era fea. Esta mujer… esta mujer es espectacular”.
Se sintió pequeña. Su falda corta, que minutos antes la hacía sentir sexy, ahora la hacía sentir barata. Su labial rojo le pareció vulgar comparado con el maquillaje natural y perfecto de la CEO.
Yessica se sentó en la esquina, su lugar habitual, pero esta vez quería volverse invisible. Empezó a tomar notas, pero sus manos temblaban.
Cuando Valentina sacó los recibos del spa y del Club Sapphire, Yessica sintió que se le iba el aire.
“Sabe mi nombre”, pensó aterrorizada. “Mencionó el spa. Yo fui al spa con esa tarjeta. Marcos me dijo que lo pusiera como ‘Atención a Clientes’. Dios mío, estoy en la lista”.
Miró a Marcos buscando seguridad, buscando al “Macho Alfa” que la iba a llevar a Miami. Pero lo que vio fue a un niño regañado, balbuceando excusas patéticas sobre “networking”.
En ese momento, el amor (o lo que ella creía que era amor) se evaporó. No había pasión. Solo había cálculo. Yessica Thorne no se iba a hundir con el barco. Ella era una sobreviviente.
CAPÍTULO EXTRA 4: LA DECISIÓN EN EL BAÑO DE MÁRMOL
Cuando se dictó el receso, Yessica corrió al baño. Necesitaba vomitar o retocarse el maquillaje; no estaba segura de cuál urgía más.
Entró al baño de ejecutivos. Estaba vacío y silencioso, con ese olor a lavanda cara. Se miró al espejo. Estaba pálida. El miedo la hacía ver vieja.
Entonces, la puerta se abrió.
Por el espejo, vio entrar a Valentina. De cerca era aún más intimidante. Era alta, estatuesca. Se lavaba las manos con una calma que aterraba.
Yessica intentó mantener su máscara. Sacó su labial. Intentó ser la chica mala, la que marca territorio.
—Bastante show allá adentro —dijo, con la voz temblándole un poco.
La conversación que siguió fue la demolición controlada de su autoestima. Valentina no le gritó. No la insultó llamándola “zorra” o “robamaridos”. Hizo algo peor: le tuvo lástima.
—Te estás robando una deuda —le había dicho Valentina.
Esas palabras resonaron en la cabeza de Yessica mientras veía a Valentina salir del baño. “Una deuda”.
Yessica sacó su celular. Entró a la app del banco de Marcos (tenía su clave, por supuesto). Saldo: -450,000 pesos en la tarjeta de crédito. Préstamo personal: vencido. Arrendamiento del Porsche: dos meses de atraso.
—Maldito mentiroso —susurró Yessica al espejo.
Marcos no era rico. Marcos era un fraude. Todo: el coche, los trajes, las cenas… todo era una fachada financiada por la mujer a la que él llamaba inútil. Yessica se dio cuenta de que no era la “otra mujer” glamorosa. Era el accesorio barato de un hombre en bancarrota.
—Miami mis narices —masculló.
Abrió su laptop ahí mismo, sobre la encimera de mármol del baño. Buscó la carpeta “Seguro de Vida”. Seleccionó los correos donde Marcos le ordenaba explícitamente alterar los números de ventas en Asia y maquillar los gastos personales como viáticos.
Le dio “Reenviar” a su correo personal para tener copia en la nube. Estaba lista. Si Marcos caía, ella no iba a caer por él. Ella iba a caer sobre él.
CAPÍTULO EXTRA 5: EL DESEMPLEO Y LA LISTA NEGRA
La traición en la sala de juntas fue rápida. Ver la cara de Marcos cuando ella lo delató fue el único momento de satisfacción que tuvo ese día. Él intentó atacarla, los guardias lo detuvieron. Por un segundo, Yessica pensó que se había salvado. Pensó: “Le fui útil a la reina. Tal vez me perdone. Tal vez me deje quedarme”.
—Sra. Torres —dijo con voz de niña buena cuando Marcos fue arrastrado fuera—. Le dije la verdad.
Pero Valentina Torres no jugaba juegos.
—La traición es un hábito, Yessica —le dijo fría como el acero—. Pack your things. (Empaca tus cosas).
Ese despido dolió más que cualquier ruptura amorosa. Fue una expulsión del paraíso.
Yessica salió del edificio de NovaTec con una caja de cartón conteniendo una planta muerta, su taza favorita y su dignidad hecha pedazos. Estaba lloviendo. Por supuesto que estaba lloviendo.
Intentó pedir un Uber, pero su tarjeta fue rechazada. Marcos había cancelado las extensiones antes de que le congelaran las cuentas a él.
Tuvo que caminar hasta el metro Tacubaya bajo la lluvia, con sus tacones de diseñador hundiéndose en los charcos sucios de la ciudad.
SEIS MESES DESPUÉS
Yessica estaba sentada en la recepción de una empresa de logística en Iztapalapa. Llevaba un traje sastre gris, modesto, comprado en oferta. Su cabello rubio ya no brillaba tanto; las mechas caras eran cosa del pasado.
—Señorita Thorne —dijo el reclutador, un hombre calvo que ni siquiera la miró a los ojos—. He revisado su currículum. Tiene experiencia en NovaTec.
—Sí, fui asistente ejecutiva de la Vicepresidencia —dijo ella, irguiéndose un poco.
—Sí… —el hombre hizo una mueca—. El problema es que al meter su nombre en el sistema de referencias, aparece una nota de “No recontratar” emitida por Grupo Vanguardia. Y bueno, ellos son dueños de la mitad de las empresas grandes ahora.
—Fue un malentendido —se apresuró a decir Yessica—. Yo ayudé a destapar el fraude.
—La nota dice “Falta de integridad y complicidad en malversación”. Lo siento, Yessica. No podemos arriesgarnos.
Salió de la oficina. El sol quemaba. Se sentó en una banca del parque y sacó un sándwich envuelto en servilleta.
Sacó su celular. Entró a Instagram. No pudo evitarlo. Buscó el perfil de Valentina Torres.
Ahí estaba. Una foto reciente. Valentina en la Toscana, brindando con una copa de vino tinto, con un paisaje de viñedos de fondo. Se veía feliz, plena, poderosa. El pie de foto decía: “La mejor inversión que puedes hacer es en ti misma. Salud por la libertad”.
Yessica dio scroll hacia abajo. Encontró el perfil de Marcos (ahora privado y con una foto de perfil borrosa de un paisaje genérico). Nadie le daba like.
Yessica bloqueó el teléfono y mordió su sándwich seco.
Había aprendido la lección más cara de su vida: en el juego de tronos corporativo, si vas a intentar derrocar a la reina, asegúrate de que el rey que elegiste no sea un peón disfrazado. Y sobre todo, nunca subestimes a la mujer que controla la hoja de Excel.
Se levantó, sacudió las migajas de su falda barata y caminó hacia el metro. Tenía otra entrevista mañana para ser recepcionista en un consultorio dental. El sueldo era mínimo, pero al menos ahí, nadie sabía quién era Yessica Thorne. O eso esperaba.
FIN DEL CAPÍTULO EXTRA
